¿Y si las obras-del-arte que
se miran tuvieran también el efecto de hacernos mirar? (…) Esto debería llevar
a concebir de otro modo lo que es una obra. Al dar antaño una “imagen” del
mundo, al reflejar, lo que daba era por fuerza una interpretación del mundo. A
la manera de Marx, ahora habría que decir que el arte pasaría así de la
reflexión al acto: no ya dar a ver una interpretación del mundo, sino cambiar
nuestra manera de ver el mundo, transformar nuestra mirada, hacerla-ver. (Wajcman, 2001, pág. 35)
Para entender una obra de arte es
necesario conocer el contexto histórico del cual proviene, así mismo, para
entender un periodo histórico nos podemos remitir a conocer las obras de arte
que permanecen desde su creación, el arte de cada época determina –por lo menos
en parte- la interpretación del pasado.
Siendo las obras de arte, obras de la
memoria, también son testimonios del pasado y fuentes para un análisis
histórico de un fenómeno social como es la violencia en nuestro país durante la
última mitad del siglo XX, y no son pocos los creadores de cultura, es decir,
los artistas colombianos que han reflejado en sus obras el conflicto que vive
el país especialmente en las zonas rurales, “hay artistas cuya sensibilidad los
inclina a tratar constantemente temas sociales y políticos; otros por el
contrario tienden a ignorarlos” (Medina, 1999,
pág. 15) ,
sin embargo, no es fácil ignorar la situación del país e incluso tampoco es sensato hacerlo pues si
pretendemos ocultar lo que pasa en nuestra sociedad, caemos en el discurso que
legitima las injusticias que hemos vivido directa o indirectamente, como en un
fragmento de Cien años de soledad, la obra de Gabriel García Márquez en donde
las autoridades interrogadas por las desapariciones y crímenes que vivía el
pueblo respondían “En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando, ni pasará
nunca. Éste es un pueblo feliz”. Discursos como estos deben ser desmentidos y
denunciados como labor de toda la sociedad y especialmente de los que tienen
medios y maneras creativas para hacerlo, así pues, “el artista funge de
sociólogo o de historiador contestatario, pero en verdad actúa como el
exorcista que desea espantar los espíritus negativos que nos rodean” (Medina, 1999, pág. 104) , puesto que la
violencia de nuestro país es como un espectro que atormenta la sociedad, no le
permite dormir y quiere quitarle la oportunidad de soñar un mundo mejor. Sin
embargo, los primeros pasos para superar esta situación, son denunciar,
reflexionar y caracterizar la violencia que vivimos de modo que podamos
proponer un país diferente.
Revisando algunas de las más
importantes obras de arte de nuestra cultura, notamos que arte e historia
política mantienen una estrecha relación, no solo porque algunos artistas
pertenecieron directamente a partidos políticos, -como el caso de Marco Ospina,
miembro del PCC o Pedro Alcántara perteneciente a la UP- sino que las metáforas
visuales constituyen un atractivo espacio para hacer una crítica social
impactante, así lo entendieron Diego Rivera y los muralistas mexicanos quienes
usaron la pintura para además de denunciar la realidad, imaginar otra distinta.
Pese a esto, “a diferencia de los artistas mexicanos, los artistas colombianos
no llegaron a plantear una visión de futuro, de cambio, de revolución” (Lleras, 2005,
pág. 12)
quizás por el énfasis en mostrar la realidad factual en vez de otras realidades
posibles.
El arte es también un frente de batalla
ideológico, son conocidos los constantes ataques que hicieron los sectores
tradicionales conservadores contra el arte moderno; en la Alemania nazi se le
llamaba Entartete Kunst, que traduce “arte degenerado”, pues para la ideología
del Reich se desviaban de la norma
prescrita en la belleza
clásica. Mientras tanto en Colombia, Laureano
Gómez encabezó los ataques contra el arte moderno, en sus discursos personales
y desde el diario EL SIGLO el cual dirigía, y
no podía ser de otro modo la reacción de la tradicional derecha si
consideramos que los planteamientos de muchos de los artistas “modernos” eran
de identificación con las clases populares, mejor representadas por un
obrerismo recién organizado que combativamente daba la batalla por sus
reivindicaciones de clase (Medina, 1999) .
La obra de arte en sí tiene una
connotación política, en tanto muestra algunas relaciones sociales que nos
afectan a partir de principios estéticos. Es así, que a través de las artes, se
ha reflejado la violenta historia que desde 1948 ha desangrado a nuestra
sociedad de diferentes maneras y que por medio de metáforas visuales, han
mostrado los pintores y fotógrafos, los cuales debido a la practicidad de su
forma de arte, lo hicieron tempranamente respecto de la literatura, el cine y
el teatro que “por la morosidad propia del oficio literario tardarían en
relatar literariamente, y que el cine y el teatro no pudieron tratar sino
cuando se dieron las condiciones que lo posibilitaron” (Medina, 1999,
pág. 19) ,
condiciones técnicas o políticas propias de nuestro país.
Desde 1947 hasta el presente siglo XXI,
el conflicto se puede estudiar en 3 etapas; la “Violencia bipartidista”, la
“Violencia revolucionaria” y la “Narcoviolencia”, periodos tan complejos
como entrelazados, de las cuales los
años 60´s fue la época en donde más se politizó la expresión artística en
nuestro país,
en los sesenta se hace visible la
mirada crítica a través de la cual algunos sectores no oficiales, en especial
los artísticos, intelectuales y universitarios comienzan a hostigar a ciertos
símbolos nacionales para ellos desuetos. Se trata sin duda de un cambio de
mentalidad, que muestra sus inicios en la década de los cincuenta y que se
exalta en los sesenta con vivencias nuevas que se transmiten tanto en el plano
nacional como en el internacional (Medina, 1999,
pág. 121)
entre los que se destaca la revolución
cubana de 1959, la obra del Che Guevara, el cura guerrillero Camilo torres, la
música rock y el movimiento hippie entre otros, los cuales contribuyeron a
cambiar la mentalidad de la población en varias ciudades del mundo y
seguramente influenciaron las obras de arte, que en ámbitos académicos como la
Universidad Nacional encontraron donde establecerse para criticar la realidad
fluctuante, particularmente el conflicto armado interno y aspectos tales como
las masacres, el desplazamiento, los atentados y las continuas violaciones de
los DDHH que por décadas se han convertido en parte de la cotidianidad y que
por lo mismo ya no causan el impacto que antaño sentían nuestros padres.
Hoy en día parece que estos actos ya poco o
nada nos sorprende ni en los titulares de la televisión ni en los periódicos
más amarillistas, y es aquí en donde la función del artista sobresale, en su
capacidad de hacer ver los conflictos de la nación y de sensibilizar a los
sujetos, como bien nos dice la artista Doris Salcedo: “la articulación que busca
establecer la artista convierte al espectador de su obra en testigo del dolor
de otros, preocupación que fue interpretada por el interlocutor como el deseo
de reinstalar el sufrimiento en la esfera pública” (Medina, 1999,
pág. 284) .
Por medio de
sus trabajos, los artistas denuncian, conmueven y generan procesos de crítica,
expresando con imágenes la historia de nuestra conflictiva sociedad, invitando
a unir la actividad artística con la investigación histórica; “Clío y Melpómene
gloriosas musas de la historia y la tragedia recurren a la imagen para
reconstruir el espíritu humano de las víctimas” (Ortiz Palacios, 2007) , coadyuvando a
resarcir el olvido que algunos nos quieren imponer para dejarnos con la idea de
que aquí no ha pasado nada y mostrando un país que solo es asequible a una
minoría.
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